Escritas por Jean de La Fontaine durante el siglo XVII, entre 1668 y 1694 La zorra y la cigüeña Sintiéndose un día muy generosa, invitó doña zorra a cenar a doña cigüeña. La comida fue breve y sin mayores preparativos. La astuta raposa, por su mejor menú, tenía un caldo ralo, pues vivía pobremente, y se lo presentó a la cigüeña servido en un plato poco profundo. Esta no pudo probar ni un sólo sorbo, debido a su largo pico. La zorra en cambio, lo lamió todo en un instante. Para vengarse de esa burla, decidió la cigüeña invitar a doña zorra. -Encantada -dijo-, yo no soy protocolaria con mis amistades. Llegada la hora corrió a casa de la cigüeña, encontrando la cena servida y con un apetito del que nunca están escasas las señoras zorras. El olorcito de la carne, partida en finos pedazos, la entusiasmó aún más. Pero para su desdicha, la encontró servida en una copa de cuello alto y de estrecha boca, por el cual pasaba perfectamente el pico de doña cigüeña, pero el hocico de doña zorra, como era de mayor medida, no alcanzó a tocar nada, ni con la punta de la lengua. Así, doña zorra tuvo que marcharse en ayunas, toda avergonzada y engañada, con las orejas gachas y apretando su cola. Para vosotros escribo, embusteros: ¡Esperad la misma suerte! No engañes a otros, pues bien conocen tus debilidades y te harán pagar tu daño en la forma que más te afectará. La cigarra y la hormiga Cantó la cigarra durante todo el verano, retozó y descansó, y se ufanó de su arte, y al llegar el invierno se encontró sin nada: ni una mosca, ni un gusano. Fue entonces a llorar su hambre a la hormiga vecina, pidiéndole que le prestara de su grano hasta la llegada de la próxima estación. -Te pagaré la deuda con sus intereses; -le dijo-antes de la cosecha, te doy mi palabra. Mas la hormiga no es nada generosa, y este es su menor defecto. Y le preguntó a la cigarra: -¿Qué hacías tú cuando el tiempo era cálido y bello? -Cantaba noche y día libremente -respondió la despreocupada cigarra. -¿Conque cantabas? ¡Me gusta tu frescura! Pues entonces ponte ahora a bailar, amiga mía. No pases tu tiempo dedicado sólo al placer. Trabaja y guarda de tu cosecha para los momentos de escasez. El león y el ratón Debemos ser generosos con todos, pues en cualquier momento necesitamos la ayuda de alguien más humilde que nosotros. De esta verdad estas fábulas darán fe en un instante. Saliendo de su agujero harto aturdido, un ratoncillo fue a caer justo en las garras del león. El rey de los animales, demostrando su poder, le perdonó la vida. Su generosidad no fue en vano, porque ¿quien hubiera creído que el león pudiera necesitar un día de la gratitud de un sencillo ratoncillo? Sucedió que en cierta ocasión en que el león salió de su selva, cayó en unas redes, de las cuales no podía librarse con sus fuertes rugidos. Lo oyó el ratoncillo, y acudió al sitio. Trabajó tan bien con sus pequeños dientes, que una vez roída una malla, el león terminó de desgarrar la trama entera. En ciertos casos pueden más la paciencia y el tiempo que la ira y la fuerza. Y una buena acción, en algún momento tiene su recompensa. El maestro y el niño En esta fábula intento demostrar la presunción vana de un necio: Cuando estaba jugando a las orillas del Sena, un niño cayó al agua, mas por gracia divina se hallaba allí un sauce con cuyas ramas se salvó el pequeño. Pasó por allí un maestro de poco entendimiento, y el infante gritó: -¡Auxilio que me ahogo! Ante dichos gritos, el maestro se volvió, e imprudentemente y fuera de situación, empezó a sermonear al infante: -¡Mira qué travieso, a dónde le ha llevado su locura! ¡Gasta tus horas cuidando esta clase de prole! ¡Desdichados padres, pobre de ellos velando a todo momento por esta turba inmanejable! ¡Cuánto deben padecer, y cómo lamento su destino! Después de tanto hablar, sacó al niño de las aguas. Censuro aquí a muchos más de los que se imaginan. Habladores y criticones y pedantes pueden reflejarse en el escrito anterior; cada uno de ellos forma un pueblo numeroso; sin duda el Creador bendijo esa prolífica casta. ¡No hay tema sobre el que no piensen ejercer su habladuría! ¡Siempre tienen una crítica que hacer! ¡Pero amigo, líbrame del apuro primero, y después suelta tu lengua! Antes de señalar los errores del prójimo, mejor primero ayúdalos a mejorar su situación. El ratón de la Corte y el ratón campesino Invitó el ratón de la corte a su primo del campo con mucha cortesía a un banquete de huesos de exquisitos pajarillos, contándole lo bien que en la ciudad se comía. Sirviendo como mantel un tapiz de Turquía, muy fácil es entender la vida regalada de los dos amigos. Pero en el mejor momento algo estropeó el festín: En la puerta de la sala oyeron de pronto un ruido y vieron que asomó el gato. Huyó el ratón cortesano, seguido de su compañero que no sabía dónde esconderse. Cesó el ruido; se fue el gato con el ama y volvieron a la carga los ratones. Y dijo el ratón de palacio: -Terminemos el banquete. -No. Basta -responde el campesino-. Ven mañana a mi cueva, que aunque no me puedo dar festines de rey, nadie me interrumpe, y podremos comer tranquilos. ¡Adiós pariente! ¡Poco vale el placer cuando el temor lo amarga! No quieras vivir rodeado de bienes, si ellos van a ser la causa de tu desdicha. Dos amigos En el mundo en que vivimos la verdadera amistad no es frecuente. Muchas personas egoístas olvidan que la felicidad está en el amor desinteresado que brindamos a los demás. Esta historia se refiere a dos amigos verdaderos. Todo lo que era de uno era también del otro; se apreciaban, se respetaban y vivían en perfecta armonía. Una noche, uno de los amigos despertó sobresaltado. Saltó de la cama, se vistió apresuradamente y se dirigió a la casa del otro. Al llegar, golpeó ruidosamente y todos se despertaron. Los criados le abrieron la puerta, asustados, y él entró en la residencia. El dueño de la casa, que lo esperaba con una bolsa de dinero en una mano y su espada en la otra, le dijo: -Amigo mío: sé que no eres hombre de salir corriendo en plena noche sin ningún motivo. Si viniste a mi casa es porque algo grave te sucede. Si perdiste dinero en el juego, aquí tienes, tómalo... ...Y si tuviste un altercado y necesitas ayuda para enfrentar a los que te persiguen, juntos pelearemos. Ya sabes que puedes contar conmigo para todo. El visitante respondió: -Mucho agradezco tus generosos ofrecimientos, pero no estoy aquí por ninguno de esos motivos... ...Estaba durmiendo tranquilamente cuando soñé que estabas intranquilo y triste, que la angustia te dominaba y que me necesitabas a tu lado... ...La pesadilla me preocupó y por eso vine a tu casa a estas horas. No podía estar seguro de que te encontrabas bien y tuve que comprobarlo por mí mismo. Así actúa un verdadero amigo. No espera que su compañero acuda a él sino que, cuando supone que algo le sucede, corre a ofrecerle su ayuda. La amistad es eso: estar atento a las necesidades del otro y tratar de ayudar a solucionarlas, ser leal y generoso y compartir no sólo las alegrías sino también los pesares. La mochila Cuentan que Júpiter, antiguo dios de los romanos, convocó un día a todos los animales de la tierra. Cuando se presentaron les preguntó, uno por uno, si creían tener algún defecto. De ser así, él prometía mejorarlos hasta dejarlos satisfechos. -¿Qué dices tú, la mona? -preguntó. -¿Me habla a mí? -saltó la mona-. ¿Yo, defectos? Me miré en el espejo y me vi espléndida. En cambio el oso, ¿se fijó? ¡No tiene cintura! -Que hable el oso -pidió Júpiter. -Aquí estoy -dijo el oso- con este cuerpo perfecto que me dio la naturaleza. ¡Suerte no ser una mole como el elefante! -Que se presente el elefante... -Francamente, señor -dijo aquél-, no tengo de qué quejarme, aunque no todos puedan decir lo mismo. Ahí lo tiene al avestruz, con esas orejitas ridículas... -Que pase el avestruz. -Por mí no se moleste -dijo el ave-. ¡Soy tan proporcionado! En cambio la jirafa, con ese cuello... Júpiter hizo pasar a la jirafa quien, a su vez, dijo que los dioses habían sido generosos con ella. -Gracias a mi altura veo los paisajes de la tierra y el cielo, no como la tortuga que sólo ve los cascotes. La tortuga, por su parte, dijo tener un físico excepcional. -Mi caparazón es un refugio ideal. Cuando pienso en la víbora, que tiene que vivir a la intemperie... -Que pase la víbora -dijo Júpiter algo fatigado. Llegó arrastrándose y habló con lengua viperina: -Por suerte soy lisita, no como el sapo que está lleno de verrugas. -¡Basta! -exclamó Júpiter-. Sólo falta que un animal ciego como el topo critique los ojos del águila. -Precisamente -empezó el topo-, quería decir dos palabras: el águila tiene buena vista pero, ¿no es horrible su cogote pelado? -¡Esto es el colmo! -dijo Júpiter, dando por terminada la reunión-. Todos se creen perfectos y piensan que los que deben cambiar son los otros. Suele ocurrir. Sólo tenemos ojos para los defectos ajenos y llevamos los propios bien ocultos, en una mochila, a la espalda. http://www.bibliotecasvirtuales.com/biblioteca/literaturainfantil/fabulas
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