QUEJA
Señor, Señor, hace ya tiempo, un día
soñé un amor como jamás pudiera
soñarlo nadie, algún amor que fuera
la vida toda, la poesía.
Y pasaba el invierno y no venía,
y pasaba también la primavera,
y el verano de nuevo persistía,
y el otoño me hallaba con mi espera.
Señor, Señor, mi espalda está desnuda:
haz restallar allí, con mano ruda
el látigo que sangra a los perversos.
Que está la tarde ya sobre mi vida,
y a esta pasión ardiente y desmedida
la he perdido, Señor, haciendo versos.
CAPRICHO
Sábado fue, y capricho el beso dado,
capricho de varón, audaz y fino,
mas fue dulce el capricho masculino
a este mi corazón, lobezno alado.
No es que crea, no creo, si inclinado
sobre mis manos te sentí divino,
y me embriagué. Comprendo que este vino
no es para mí, mas juega y rueda el dado.
Yo soy esa mujer que vive alerta,
tú el tremendo varón que se despierta
en un torrente que se ensancha en río,
y más se encrespa mientras corre y poda.
Ah, me resisto, mas me tiene toda,
tú, que nunca serás del todo mío.
¡AYMÉ!
Y sabías amar, y eras prudente,
y era la primavera y eras bueno,
y estaba el cielo azul, resplandeciente.
Y besabas mis manos con dulzura,
y mirabas mis ojos con tus ojos,
que mordían a veces de amargura.
Y yo pasaba como el mismo hielo...
Yo pasaba sin ver en dónde estaba
ni el cruel infierno ni el amable cielo.
Yo no sentía nada... En el vacío
vagaba con el alma condenada
a mi dolor satánico y sombrío.
Y te dejé marchar calladamente,
a ti, que amar sabías y eras bueno,
y eras dulce, magnánimo y prudente.
Toda palabra en ruego te fue poca,
pero el dolor cerraba mis oídos...
Ah, estaba el alma como dura roca.
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