La matanza del Templo Mayor y la "Noche Triste"

Algunas escenas de la invasión que realizaron mercenarios españoles, comandados por Hernán Cortés, en tierras mexicanas Desde que los invasores españoles se establecieron en Tenochtitlan, el 8 de noviembre de 1519, su comandante, Hernán Cortés, mantuvo prácticamente prisionero a Moctezuma, el monarca de los mexicas. Entonces sucedió la matanza del Templo Mayor a manos del traidor Pedro de Alvarado y sus hombres. Cortés había partido de la ciudad para cerrarle el paso a Pánfilo de Narváez, quien pretendía llevárselo a la isla de Cuba por órdenes de su gobernador, Diego Velázquez, que estaba “celoso” de los “éxitos” alcanzados por el invasor. Pedro de Alvarado quedó a cargo de Tenochtitlan, y sus pobladores, los mexicas, con la autorización de Cortés, iniciaban la fiesta de Tóxcatl, que duraba diez días y la celebraban en honor de Huitzilopochtli, su dios principal. Cuando la festividad alcanzaba su máximo esplendor, “el Sol”, como llamaban los mexicas a Alvarado, “alevosamente llevó a cabo la matanza”. Esta es parte de la narración que los informantes indígenas de Fray Bernardino de Sahagún hicieron de aquella masacre: “Pues así las cosas mientras se está gozando de la fiesta, ya es el baile, ya es el canto, ya se enlaza un canto con otro, y los cantos son como un estruendo de olas, en ese preciso momento los españoles toman la determinación de matar a la gente. Luego vienen hacia acá, todos vienen en armas de guerra. (...) “Inmediatamente cercan a los que bailan, se lanzan al lugar de los atabales: dieron un tajo al que estaba tañendo: le cortaron ambos brazos. Luego lo decapitaron: lejos fue a caer su cabeza cercenada. “Al momento todos acuchillan, alancean a la gente y les dan tajos, con las espadas los hieren. A algunos les acometieron por detrás; inmediatamente cayeron por tierra dispersas sus entrañas. A otros les desgarraron la cabeza: les rebanaron la cabeza, enteramente hecha trizas quedó su cabeza. (...) “La sangre de los guerreros cual si fuera agua corría: como agua que se ha encharcado y el hedor de la sangre se alzaba al aire, y de las entrañas que parecían arrastrarse. “Y los españoles andaban por doquiera en busca de las casas de la comunidad: por doquiera lanzaban estocadas, buscaban cosas: por si alguno estaba oculto allí; por doquiera anduvieron, todo lo escudriñaron. En las casas comunales por todas partes rebuscaron.” La reacción de los mexicas La respuesta no se hizo esperar, y así la narran los informantes a Sahagún: “Cuando se supo fuera, empezó una gritería: -Capitanes, mexicanos... venid acá. ¡Que todos armados vengan: sus insignias, escudos, dardos!... ¡Venid acá de prisa, corred: muertos son los capitanes, han muerto nuestros guerreros... Han sido aniquilados, oh capitanes mexicanos. “Entonces se oyó el estruendo, se alzaron gritos y el ulular de la gente que se golpeaba los labios. Al momento fue el agruparse, todos los capitanes, cual si hubieran sido citados: traen sus dardos, sus escudos. “Entonces la batalla empieza: dardean con venablos, con saetas y aun con jabalinas, con harpones de cazar aves. Y sus jabalinas furiosos y apresurados lanzan. Cual si fuera capa aurilla, las cañas sobre los españoles se tienden.” Y los españoles, acuartelados ya y habiéndole puesto grilletes a Moctezuma, responden a los indígenas con “dardos de hierro” y disparos de cañón y de arcabuz. Alvarado obliga a Moctezuma a enviar un mensaje a su gente, lo cual lleva a cabo el monarca a través de su enviado Itzcuauhtzin. Cuando éste comunica a la gente enardecida que a su rey le han puesto grillos y que él les pide que dejen de luchar porque, dice, no son competentes para hacerle frente a los españoles, “se enojaron en extremo los mexicanos, rabiosos se llenaron de cólera y le dijeron: -¿Qué es lo que dice ese ruin de Motecuhzoma? ¡Ya no somos sus vasallos! “Luego se alzó el estruendo de guerra, fue creciendo rápidamente el clamor guerrero. Y también inmediatamente cayeron flechas en la azotea. Al momento los españoles cubrieron con sus escudos a Motecuhzoma y a Itzcuauhtzin, no fuera a ser que dieran contra ellos las flechas de los mexicanos. “La razón de haberse irritado tanto los mexicanos fue el que hubieran matado a los guerreros, sin que ellos siquiera se dieran cuenta del ataque, el haber matado alevosamente a sus capitanes. No se iban, ni desistían.” Los mexicas sitiaron a los españoles, los acorralaron en las casas reales de Moctezuma. Durante siete días los atacaron, y “los mantuvieron en jaque” por espacio de veintitrés días. Nadie podía salir ni entrar y vigilaban día y noche, por todos los caminos, para que nadie les llevara comida a los traidores. Esta era su estrategia. Cuentan los informantes que durante esos días la gente desazolvó las acequias o zanjas, las ensancharon y ahondaron y las obstruyeron con maderos. “Y se hizo difícil el paso por todas partes”, porque también cercaron y obstruyeron todos los caminos y las calles. La Noche Triste A su regreso, después de vencer a Pánfilo de Narváez y de aumentar su tropa con soldados del propio Narváez que se le unieron, Cortés encontró a los hombres de Alvarado hambrientos y cansados dentro de las casas reales. Los mexicas habían decidido ocultarse y esperar para soltar su ataque. Al enterarse Cortés de lo que estaba sucediendo ordenó disparar los cañones y “durante cuatro días se luchó con denuedo”. Los españoles “arrojaron a la orilla del agua los cadáveres de Motecuhzoma y de Itzcuauhtzin”, y según el cronista Alva Ixtlilxóchitl no se supo si los mataron los propios invasores o las pedradas de los indígenas. Después de siete días, Cortés y sus hombres intentaron por la medianoche abandonar Tenochtitlan, y entonces llegó la venganza de los guerreros mexicas durante lo que conocemos como la Noche Triste. Los españoles, con los tlaxcaltecas pegados a sus espaldas, “cual si fueran un muro” todos, cruzaban la noche sigilosamente, llevando consigo puentes portátiles para atravesar los canales. Así pasaron los canales de Tecpantzinco, Tzapotlan y Atenchicalco. Pero al llegar al cuarto canal, el de Mixcoatechialtitlan, una mujer que sacaba agua los vio y gritó con todas sus fuerzas: “Mexicanos... ¡Andad hacia acá: ya se van, ya van traspasando los canales vuestros enemigos!... ¡Se van a escondidas!...” Sobre el templo de Huitzilopochtli un hombre continuó el grito, que toda la gente escuchó: “Guerreros, capitanes, mexicanos... ¡Se van vuestros enemigos! Venid a perseguirlos. Con barcas defendidas con escudos... con todo el cuerpo en el camino”. Remando con fuerza, azotando sus barcas, comenzaron a llegar de todos lados guerreros que iniciaron el ataque con dardos y flechas. Caían españoles y tlaxcaltecas, pero también mexicas alcanzados por flechas de ballesta y balas de arcabuz. Al llegar los españoles al canal de los toltecas, en Tlaltecayohuacan, “fue como si se derrumbaran –según los informantes de Sahagún-, como si desde un cerro se despeñaran. Todos allí se arrojaron, se dejaron ir al precipicio. Los de Tlaxcala, los de Tliliuhquitepec, y los españoles, y los de a caballo y algunas mujeres.” En el canal se extendió una especie de alfombra sumergida de cuerpos inertes sobre la que se apoyaron los demás fugitivos, logrando llegar a la otra orilla. El canal de Petlacalco lo pudieron pasar con cierta calma utilizando uno de sus puentes portátiles de madera. Allí reposaron. Continuaron hasta Popotla. Allí los recibió el amanecer y, por desgracia para ellos, también los aguerridos mexicas. Comenzó la lucha. Caían tlaxcaltecas, españoles y mexicanos, pero estos últimos no sólo mataban a unos y otros, también capturaban indígenas. Persiguieron a los españoles hasta Tlacopan (Tacuba) y allí los combatieron y los hicieron huir. En esta batalla muere Chimalpopoca, el hijo de Moctezuma, atravesado por una flecha de ballesta. Los españoles y sus aliados llegaron a Otumba, donde son bien recibidos y atendidos, pero allí todavía deben rechazar un último ataque, del cual se salvan de morir porque matan al capitán de los mexicas. Como resultado final, los españoles sufrieron cientos de bajas, entre ellas Ana, la hija de Moctezuma, embarazada por Cortés. El mismo Cortés perdió dos dedos de la mano izquierda. Las víctimas entre sus aliados, atacados con especial saña por los mexicas, se contaron por miles. Así concluyó la respuesta a la matanza del Templo Mayor. Veinte días después, ya descansados, Cortés y sus hombres invadieron Tenochtitlan, abandonando la anterior actitud diplomática y organizando un calculado ataque por tierra y agua que, esta vez sí, dejó la ciudad en manos españolas. Fuentes: http://biblioweb.dgsca.unam.mx/libros/vencidos/cap9.html#1 http://www.artehistoria.jcyl.es/historia/contextos/1650.htm

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