El sentido de permanencia de Ayocuán Cuetzpaltzin

El poeta indígena Ayocuán vivió durante la época precuauhtémica, antes de Cuauhtémoc, en un mundo en que los cantos y las flores gobernaban los corazones de los hombres y mujeres de maíz. La poesía y la sabiduría era la divisa preciada en el Anáhuac en dichos tiempos. Tiempo primaveral, como diría Nezahualcóyotl, en el que vino a vivir Ayocuán Cuetzpaltzin. Y aún a pesar de que Ayocuán vivió en un mundo rodeado del más alto pensamiento anahuaca, este renombrado poeta pensaba que nuestra permanencia en la Tierra era tan frágil y efímera, que incluso se preguntaba sobre la supervivencia de nuestra huella que dejamos aquí en el Tlaltícpac, el mundo terrenal.
Sus poemas reflejan el profundo sentimiento de meditación y reflexión al que podía llegar. Vanagloriado mientras vivía, y recordado tras su muerte, antes y después de Cuauhtémoc, nos deja una importante herencia que muestra el camino hacia ese maestro del pensamiento y la poesía, in xochitl in cuicatl, la flor el canto.
Un poema por el que siempre se recordó, era recitado por el mismo Ayocuán con grandes voces y sonoro cántico por las carreteras y las calles de Tlaxcallan, Huexotzinco y todo el valle hoy conocido como poblano. Cuando viajaba de una ciudad a otra, a paso firme por las carreteras de aquel entonces, atiborradas de pochtecas, tamemes y demás caravanas mercantes y transportistas, iba Ayocuán entonando sus melódicas pero reflexivas poesías. Así se dio a conocer, su honrada fama nació así.
La gente común, los macehualtin, lo escuchaban mientras él continuaba su camino pasando milpas y caseríos. De igual fama llenóse cuando predicaba su filosofía poética en las calles de las ciudades y pueblos a donde llegaba. Algunas veces viajaba por trabajo, en otras para visitar amigos, deudos, o asistir a conferencias de poetas. Así fue como se elevó su nombre. La poesía que aseguran siempre decía Ayocuán Cuetzpaltzin jubiloso por las calles y caminos era la siguiente:

¡Ma huel manin tlalli!
¡Ma huel ica tepetl!

¡Que permanezca la tierra!
¡Que estén siempre los montes!

Sabía que todo lo que había en este mundo perecería. Así se lamentó Tlaltecatzin de Cuauchinanco, de igual forma lo decretó Acolmiztli Nezahualcóyotl. A sabiendas de que todo perece, todo muere y desaparece para siempre, incluso las pinturas y el oro, como cantaba Netzahualcóyotl, Ayocuán exclamaba que al menos la tierra misma permaneciese. Este es el poema completo como se le conoce, con la traducción de Miguel León-Portilla:

¡Ma huel manin tlalli!
¡Ma huel ica tepetl!
Quihualitoa Ayocuan, zan yehuan Cuetzpaltzin,
Tlaxcallan, Huetzinco.
In a izquixochitl, cacahuazochitl,
Ma onnemahmaco.
Ma huel manin tlalli.

¡Que permanezca la tierra!
¡Que estén en pie los montes!
Así venía hablando Ayocuán Cuetzpaltzin,
En Tlaxcala, en Huexotzinco.
Que se repartan
Flores de maíz tostado, flores de cacao.
¡Que permanezca la tierra!

Ayocuán Cuetzpaltzin implora por que no desaparezca la tierra, nuestro mundo actual, y sus montes que lo adornan. Ayocuán en su obra está muy consciente de la brevedad de nuestro tiempo aquí en la Tierra, pues todos partiremos al Mictlán, el lugar de los descarnados. Y claro, si todo lo que existe desaparecerá de esta tierra, también él forma parte de lo que algún día tendrá que morir. Propio Ayocuán sabe que perecerá, y tendrá que abandonarse hacia la oscuridad, pues no se sabe certeramente donde pararemos. Reflexiona y se concientiza de que sin duda tiene que morir, tiene que partir. Es entonces que entra este segundo poema del mismo Ayocuán, en el que expone su más grande preocupación respecto a su partida de este mundo:

Esfuércese, quiera mi corazón
Las flores del escudo,
Las flores del Dador de la vida.

¿Qué podrá hacer mi corazón?
En vano hemos llegado,
Hemos brotado en la tierra.
¿Solo así he de irme,
como las flores que perecieron?

¿Nada quedará de mi nombre?
¿Nada de mi fama aquí en la Tierra?

¡Al menos flores, al menos cantos!
¿Qué podrá hacer mi corazón?
En vano hemos llegado,
Hemos brotado en la Tierra.

Maciuhtia o in quinequi noyollo,
Zan chimalli xochitl,
In ixochiuh Ipalnemoani.

¿Quen conchihuaz noyollo yehua?
Onen tacico,
Tonquizaco in tlalticpac, a, ohuaya, ohuaya.
¿Zan ca iuhquin onyaz
In o ompopoliuhxochitla?

¿An tle notleyo yez in quenmanian?
¿An tle nitauhca yez in tlalticpac?

¡Manel xochitl, manel cuicatl!
¿Quen conchihuaz noyollo yehua?
Onentacico, Tonquizaco in tlalticpac, ohuaya, ohuaya.

Ayocuán Cuetzpaltzin, gran poeta del Anáhuac precuauhtémico, se lamenta preguntándose sobre su efímera estancia en este mundo temporal, de su misma existencia como ser vivo. Pues Ayocuán dice primero que en vano hemos venido. ¿A dónde? Aquí, a esta existencia, a tener vida en este mundo. El no ve razón de estar aquí, pues después se cuestiona si habrá de irse, es decir morir, como las flores.
Se compara con las flores cuya vida es muy corta y delicada, y al final desaparece sin más. Pero después Ayocuán deja ver que su mayor preocupación, igual a la de muchos poetas del Anáhuac, era el deseo de ser recordado en el futuro. Como el sabe que él, Ayocuán, algún día morirá, ahora se lanza valientemente a preguntar si al menos su nombre sobrevivirá al tiempo, sin morir ni desaparecer. Y va más allá al preguntar si su fama también trascenderá su muerte. Ayocuán Cuetzpaltzin muestra un increíble deseo de querer al menos sobrevivir no en cuerpo y alma, sino como nombre y como fama. Pero el propio Ayocuán, sabio tal y como lo describen nuestros ancestros indígenas que vivieron en su tiempo, finalmente llega a la conclusión simple, fatalista, pero altamente realista y gloriosa, de que la única manera de ser recordado, de sobrevivir a la tiranía del tiempo, es a través de sus poesías.
Ayocuán declara inmortal a su obra, pues la poesía es la única capaz de llegar a sobrevivir a sus autores por milenios. Ayocuán está seguro de que si no es por su nombre o su fama, será recordado sin duda por sus hechos, por sus composiciones. Y si es recordado Ayocuán Cuetzpaltzin, de alguna forma nunca morirá del todo. Es así que a pesar de su tristeza, de lo efímero de la vida y la fatalidad de la muerte, nuestras obras, nuestros poemas sobrevivirán.
Y en verdad llegó a ser cierto. Su filosofía se comprueba, pues nunca imaginó Ayocuán Cuetzpaltzin que a casi medio milenio de su muerte lo íbamos a recordar sus descendientes, sus nietecitos, a través del internet.

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